Cuentos y relatos que ahondan en las teselas de la psiquis humana, indagando en sus sentimientos, pensamientos, temores y neurosis - Un libro imprescindible para conocer al ser humano.

viernes, 4 de febrero de 2011

Cautivos (fragmento)

Prólogo

Quizás no sea una historia propia, o quizás resulte serla dentro de esta vorágine que es el mundo y sus constantes conexiones. Quizás deberíamos fijarnos en los puntos clave de las historias ajenas, esas que parecen estar a miles de años luz de las propias, esas que nos resultan extrañas e inconcebibles, porque no las consideramos como nuestras; pero hete aquí que un día, de repente, se contemplan con otra luz a través del cristal de la experiencia previa, esa que no suele trascender al mundo de las ideas si no es alumbrada por una chispa fugaz del entendimiento en un momento clave, y entonces se revela de golpe toda la intuición que yacía dormida en el poso del alma, haciéndonos considerar la vida como un gran pañuelo en el que todas las historias parecieran formar dibujos del mismo bordado y nada escapa a lo intrínsecamente humano, porque todo acaba siendo metáfora y resulta que, al final, la vida se vuelve una metáfora en sí misma y mi historia es la misma que la del romano que vivió hace miles de años. Así, una intrincada red se va tejiendo en torno a los seres humanos, una red en la que la época, el lugar, el tiempo en que se desarrollan no tienen valor, dejan de ser importantes per se, para dejar paso a lo universal y, revelándose unas en otras, perviven dándonos la clave de la existencia humana dentro del mundo.
Esta es mi reflexión sobre lo que les voy a narrar, esta es mi gran lección de vida que surgió de una de esas historias ajenas que ni siquiera fue historia y que se adherió a mi vida como un detonante para darle un tono diferente, un sentido distinto a mi supervivencia.

Valencia, 20 de mayo de 2060


Mi trabajo, en una empresa de reciclaje, consiste en separar y clasificar la basura. No es un trabajo que exija mucha concentración, es fácil, manual y tremendamente aburrido, pero sin embargo tiene su encanto. Ocasionalmente encuentro cosas buenas entre los desperdicios, sobre todo entre el papel, libros, revistas... Cosas que la sociedad deshecha como útil, y condena, sin piedad, al olvido. A veces veo mi trabajo como si fuera un salvador, la última oportunidad para todas esas cosas olvidadas y marginadas, despojos de una ciudad que aparta y condena lo inútil.

En cierta ocasión, muy temprano por la mañana, llegó un hombrecillo enjuto, de pelo blanco y serena mirada con unas cajas de cartón repletas de hojas de calendario. Provenían de la limpieza de no sé qué sitio extraño que no me quiso decir.
Desempaqué las hojas para organizarlas, algunas apenas se sostenían carcomidas por la humedad, y en otras podían leerse algunos fragmentos escritos de lo que parecía un diario inconexo. Todas ellas se remontaban varios años atrás y me invadió una morbosa curiosidad. Fue una labor de moros clasificar e intentar darle un sentido a aquellas hojas, todas mezcladas sin orden, y tuve que hacerlo a ratitos, en el trabajo. Cada día me fascinaba más y más aquella historia lejana, y todo el esfuerzo de rescatarla valió la pena. Ésta es la historia tal cual su autor la escribió.

miércoles, 27 de enero de 2010

El paseo de Faustino

...)El parque, tranquilo y silencioso, tenía un encanto especial. La fuente ya no derramaba su cascada habitual y las lívidas luces de las farolas apenas vislumbraban sus beldades, que se habían tornado grisáceas y fantasmales. El aire estaba tibiamente perfumado por las acacias, las verbenas, el jazmín, y algún dondiego de noche que salpicaba la distribución del jardín. Se acercó a su banco preferido, el que estaba situado frente a la fuente, en un recodo rodeado de setos, lejos del subparque infantil, lugar en el que se sentaba cuando iba con su mujer porque a ella le gustaba ver jugar a los niños. En cambio a él le molestaban los chillidos y llantos. En alguna rama, una lechuza ofrecía su canto a aquel apacible ambiente.

Iba pensando otra vez en ella y en todo lo que le debía por lo que había hecho de él sin casi ni saberlo, era algo que siempre le proporcionaba paz y a la vez lo agitaba, un sentimiento que se confundía entre la luz de la luna y las fragancias de las flores nocturnas. Y así es como lo decidió...

Fragmento de mi libro "Cuentos Neuróticos"

domingo, 29 de marzo de 2009

CUENTOS NEUROTICOS Y OTROS RELATOS


La Última Estación (fragmento)


A la estación se llega por un seco y polvoriento sendero que discurre cuesta abajo custodiado por enormes olmos; estos juntan sus ramas en apretados ramos de follaje formando una especie de dosel natural que protege a los caminantes del sol. Juan, que lo conoce bien, aún se atreve a recorrerlo con su renqueante y cansino andar, levantando nubecillas de tierra que emborronan el paisaje frente a sus gastados ojos. Su mirada resbala por la vía vacía y sus oídos, alerta, esperan sentir el vivificante sonido de un tren en la lejanía
Ha sido el guardagujas durante más de treinta años. Es casi tan viejo como la misma estación. Ahora esta jubilado, pero no puede vivir sin ver los trenes que tanto ama. De niño solía imaginarse que subía a uno cuyo destino ignoraba; inventaba mil viajes a lugares fantásticos donde todo era posible, y así fue cómo luego, de mayor, se hizo ferroviario.
Hay un pequeño edificio de principios de siglo, sólido, con dos ventanas protegidas por verjas de hierro negro que el tiempo ha maltratado dejando sus huellas imborrables. En la fachada tiene un reloj que lleva parado ni se sabe cuanto tiempo. Sus saetas están oxidadas y, posiblemente, también sus entrañas. En su interior pueden verse dos bancos de piedra gris donde se sientan los viajeros y una pequeña ventanilla donde se expenden los billetes. El ambiente que se respira está cargado de tristeza y soledad. Fuera, junto al andén, un cartel de azulejos blancos con letras azules ostenta el nombre del pueblo. A la derecha del camino, según se baja, se encuentran dos bancos de hierro forjado, testigos mudos de muchos encuentros y despedidas, cómplices de amores secretos en la noche; es el sitio que el viejo guardagujas prefiere para contemplar lo que ha sido gran parte de su vida...

miércoles, 18 de febrero de 2009

CUENTOS NEURÓTICOS Y OTROS RELATOS


El Factor Humano (fragmento)

¿Te has tomado la pastilla? —preguntó Matilde
cuando vio a su marido empezar a pelar su manzana—te la he
dejado junto al vaso—añadió señalando con la cabeza
mientras sostenía la sopera entre sus manos.

Desde su jubilación, la apatía había ido ganando
terreno en su vida manifestándose en una despegada actitud
hacia ella y los asuntos domésticos que la tenía en vilo
constantemente, por eso, ni corta, ni perezosa, había
consultado con doña Julia acerca del tema. La farmacéutica,
después de escuchar las confidencias de Matilde respecto a su
marido, lo había achacado todo a la llegada de la primavera, y
le había aconsejado que tomase vitaminas una temporada.
Pero llevaba ya casi un mes y ella no veía resultados.

—Sí —mintió Faustino.

Cuando se dio la vuelta, cogió la pastilla y se la
introdujo en el bolsillo del pantalón. Era grande y de sabor
amargo; siempre se le atrancaba en la garganta, obligándole a
beber dos vasos de agua para que le bajase por el esófago. Ese
empeño enfermizo de su mujer por su salud le sacaba de
quicio. “Estás muy decaído últimamente —le había dicho un
día, hacía más de medio mes— "te he comprado estas pastillas
en la farmacia para que te animes un poco; la primavera afecta
a las personas; me ha dicho doña Julia que éstas te irán bien;
llevan ginseng.

¿Qué sabrá ella si estoy o no decaído?, pensaba
Faustino, si lo estoy, desde luego no es a causa de faltarme
vitaminas. ¿Y qué demonios será el ginseng? Las
consecuencias de enfrentarse a los deseos de una mujer como
Matilde no le apetecían demasiado, así que decidió seguirle la
corriente, pero al tercer intento de tragarse la dichosa
pastillita, resolvió escondérsela para tirarla luego en la calle.

—¿Seguro que te la has tomado?—Insistió Matilde
sospechando la verdad. La caja se acababa y Faustino seguía
igual.—¡Te he dicho que sí! ¡No incordies más o no las
tomaré!

—No seas protestón, últimamente no haces nada. Te
pasas el día de cara al televisor, o en el bar con ese amigote
que te has echado, y no me ayudas.

Matilde elevó el tono de voz al ver a su marido
levantarse del sofá.

—¡Te estás volviendo un viejo inútil! ¡Fíjate por
donde vas que casi pisas a Regina!—añadió chillando.

El enfurruñado Faustino, que acababa de perder sus
expectativas de pasar una tranquila noche en su hogar, se
dirigió a la habitación, encendió la luz y buscó entre la ropa
amontonada en la silla su chaqueta de algodón beige. Pero la
ropa sin planchar pudo más que su aparente paciencia.

—¡Matilde! —gritó malhumorado— ¿Dónde has
puesto mi chaqueta? ...

(Este es un extracto del primer cuento de la colección)